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martes, 30 de marzo de 2010

ESPOSA BLANCA, ESCLAVA EN AFRICA (VII)

Esclava en África VII



Follada en el desierto.

Desperté toda dolorida y magullada sobre mi celda de suelo de paja. Se oía fuera el rumor de los nativos, pero no sabía que hora era.

Mire mi cuerpo atado sobre el suelo con grilletes en postura fetal y comprobé sobre mis muslos las señales del látigo, algunas con sangre seca tras la laceración, mi espalda me escocía y dolía a rabiar por lo cual imagine esas mismas marcas y heridas en ella y en mis también ardientes nalgas.

Mis pechos estaban abrasados por el sol y yo toda estaba como enfebrecida por el castigo y a la exposición al sol.

De pronto se abrió la puerta de la celda y mis conocidos vigilantes llegaron con unas esponjas y agua, mientras hablaban entre ellos y tras ponerme una mordaza para mitigar mis gritos, empezaron a limpiarme con las esponjas y el agua, sin hacer caso de mis gemidos de dolor.

Me desataron y levantaron y me pusieron una especie de corset, que levantaba mis pechos, pero con una especie de asa en ambos costados.

Me hicieron calzar unas babuchas de tacón alto y taparon mi cabeza con una especie de capucha que solo dejaba mi nariz y mi boca libres.

Me colocaron unos grilletes en tobillos y muñecas que unieron con cadenas entre si y una especie de cinturón también hecho con cadenas que cubría mi sexo y ano, así como un collar de hierro, que comprimía mi garganta.

Me sacaron al exterior. Olía bien el aire y aunque no podía ver me dio sensación de ya anochecido, al menos la temperatura no era tan alta y no notaba el abraso del sol, y corría una suave brisa. Oí el ruido de un motor en marcha y los hombres me hicieron subir a la parte de atrás de una especie de camioneta que se puso en marcha.

Yo iba arrodillada y apoyada sobre uno de los laterales de la caja del camión. El vehiculo se puso en marcha y durante varios minutos circulamos bastante rápido por un suelo desigual que me hacia tambalearme, dar tumbos y golpearme contra el suelo del coche entre las risas de mis captores.

De pronto en la lejanía se oyeron risas y música de tambores, como una gran fiesta.

Nos acercamos hasta que el ruido se hizo cercano, oí una explosión de jubilo y grandes gritos todos de hombres.

El coche se detuvo y unos brazos fuertes me levantaron en volandas y me depositaron en el suelo, note un tirón de la cadena que se unía al collar de mi cuello y seguí su tirón.

Casi de inmediato sentí muchas manos sobando mi cuerpo y gritos de hombres que no entendía y que me daban azotes en las nalgas o me tiraban de los pezones y el pelo, o tanteaban mi sexo encadenado.

Uno de los hombres que me llevaban les hizo callar y tiro de mi cadena, me hizo inclinar sobre una especie de mesa o tabla y note como ataban mis brazos y mis piernas bien abiertos a las posibles patas de aquella mesa.

Se hizo el silencio, después uno de los hombres hablo con autoridad y la música y los gritos y risas volvieron a sonar con fuerza, aunque yo imaginaba que la parte fuerte de la fiesta sería yo.

Efectivamente en unos minutos note como me levantaban la cabeza y una polla entraba en mi boca que era follada literalmente por aquel miembro, al tiempo otra polla entraba en mi coño, y para completar la fiesta alguien se encargaba de forma irregular de azotar mi culo y espalda con un látigo.

Fue cuando descubrí para que sirvieran las especies de asas de mi corset, en ellas se agarraban los hombres para poder clavarme con más fuerza.

“La fiesta” duro largo tiempo, yo deje de disfrutar del placer al segundo polvo y mi boca pastosa de babas y semen, estaba como acorchada, me dolía la espalda y las nalgas de los latigazos, pero si pude diferenciar que algunos hombres me follaban con preservativo y otros no, aunque a partir del sexto o séptimo perdí toda sensación en mi sexo.

Cuando estaba medio aturdida y parece que ya se habían divertido, me rociaron con varios cubos de agua y me desataron de la mesa.

Me pusieron en pie y ataron mis tobillos entre si y mis muñecas por detrás de un árbol. Yo seguía con la cabeza tapada y solo mi nariz y boca al aire. Mi boca era una pasta de semen y saliva, tenia la lengua como dormida.

El hombre volvió a mandarles callar y les dijo algo, todos gritaron y unos segundos después mi cuerpo empezó a recibir latigazos desde varios puntos distintos que laceraron mi vientre, mis pechos, mis costados, la intensidad era diferente pero el dolor se hacia cada vez más agudo, no se el tiempo que estuvieron haciéndolo pues había perdido la noción del tiempo.

Cuando se cansaron de azotarme, yo sentía mi piel muy lastimada y caliente, me desataron del tronco, pero con los tobillos aún atados entre si, me pusieron una cuerda a modo de collar al cuello, no recuerdo cuando me habían quitado el collar que llevaba, y empezaron a tirar de mi. Trate de andar a saltitos y ellos se reían y me daban palmadas en el culo, pero cada dos por tres tropezaba y caía al suelo, arañándome todo el cuerpo con la tierra y las ramas, pues al caer el que tiraba de mi me arrastraba unos metros por el suelo.

Pasado un rato deje quizá de interesarles como diversión, así que me sacaron arrastrando de allí, pues note alejarse las voces de los hombres y solo un par de ellos me acompañaban.

Me pusieron en pie y me desataron los tobillos, pero era para torturarme una vez más.

Esta vez me ataron con la espalda pegada a un grueso tronco, y supe que era grueso pues ataron mis brazos por detrás del mismo abrazándolo y no lo abarcaba con el consiguiente dolor al estirarlos.

Hicieron igual operación con mis piernas doblándomelas hacia arriba a ambos lados del tronco y uniendo mis tobillos con mis muñecas, como si estuviera arrodillada en el aire, quedando así atada al árbol. Pero no habían acabado, pues después de un rato, regresaron para atarme los pechos entre si con una cuerda y colocaron unas pinzas con una cadena sobre mis pezones. La cadena la unieron a una pinza que habían colocado en mi boca. También colocaron sendas pinzas en los labios de mi sexo y las unieron entre si mediante una cadena que ataron por detrás del árbol, estirando mis labios y dejando mi coño abierto.

Para mantenerme despierta intente sentir cada rincón de mi organismo y es curioso como cuando tienes un sentido, en este caso mi vista, disminuido se potencian los demás.

Una vez terminaron me dieron unos cachetes en mis ya entumecidos pechos y se alejaron.

A pesar de la postura el cansancio me hacia desear dormir. Pero el miedo también se apoderaba de mí. Oía ruidos entre la maleza cercana, como de animales o algo arrastrándose y empecé a pensar en serpientes o reptiles o cualquier animal.

El pánico se apoderó de mí, pero no podía sino gemir, ya que mi lengua estaba pinzada con la cadena que se unía a mis pechos que ya casi no sentía.

No podía ver, pero mi nariz trataba de mantenerme conectada con mi entorno.

Se oían a los hombres en la lejanía, con su música y sus gritos y risas.

El cansancio era muy fuerte, me dolía todo el cuerpo, mi sexo estaba como abotargado, imaginaba mis labios vaginales inflamados y enrojecidos. La postura no era muy cómoda, pero el agotamiento y el sopor iban apoderándose de mi cuerpo. Sabía que si me dejaba llevar me desmayaría o me aletargaría aunque al distenderme las cuerdas se clavaban dolorosamente en mi carne, pero empezaba a estar muy cansada y como mentalmente perdida.

Recordaba medio en sueños que yo tenía una vida en otro país, una familia y que la lujuria y la excitación me habían llevado hasta aquel rincón de África, donde habían abusado de mi sin piedad e incluso podía dejar mi vida.



Con el ruido del bosque alrededor, una nube negra fue invadiendo mis sentidos y me transportó a otro lugar, mi última sensación fue mi cabeza cayendo hacia adelante.

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